Beirut, (PL).-Donald Trump debe abstenerse de mirarse mucho al espejo, porque puede en algún momento ver a un enemigo.
Su obsesión por buscar adversarios da para eso y mucho más, con sus frecuentes críticas y condenas a todo el mundo, incluida su propia familia.
Hasta rechaza a su esposa Melania en público sin importar lo que piensen.
Todo quedaría ahí si el problema fuera matrimonial, en tanto que obra el viejo refrán de que «entre marido y mujer, nadie se debe meter».
Pero sucede que Trump llegó a la presidencia de la potencia militar y económica más grande del planeta y una acción adoptada en un momento de prepotencia e iracundia, puede acabar con la vida terrestre.
Ahí está el caso de la República Popular Democrática (RPD) de Corea que a base de sacrificios desarrolló el arma nuclear como contramedida ante las amenazas de Estados Unidos y sus aliados.
Y con buen tino, Rusia solicita un doble adiós a las armas: Pyongyang abandona el programa de fabricación de bombas atómicas, y Washington y sus aliados, las maniobras bélicas dirigidas al norte de la península coreana.
Pero Trump no razona sobre esa posibilidad y al contrario envía bombarderos atómicos a sobrevolar la RPD de Corea.
De milagro, no se registró una respuesta norcoreana que estaría en todo su derecho a derribar las aeronaves norteamericanas.
Trump encontró otra forma de enemistarse en su rechazo al acuerdo nuclear de Irán con el Grupo 5+1 (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China más Alemania).
A contrapelo de la opinión de las otras cinco potencias que certifican el cumplimiento iraní de lo estipulado en el convenio, el jefe de la Casa Blanca alega que no se le dio nada a cambio al sellar ese pacto.
No se sabe qué significa esa declaración, porque el programa nuclear pacífico de Teherán es propiedad de la nación persa y no tiene que darle cuenta a nadie de su quehacer, excepto si dirige ojivas atómicas contra alguien.
Empero, en ocho oportunidades expertos de la Agencia Internacional de Energía Atómica revisaron las instalaciones y laboratorios iraníes y no encontraron dato o hecho sospechoso de una violación por parte de Teherán.
El acuerdo sellado en julio de 2015 y puesto en marcha en enero de 2016, establece que Irán no puede poseer más de 300 kilogramos de uranio enriquecido a 3,67 por ciento y el excedente debe entregarlo a terceros países, en especial Rusia.
Técnicos norteamericanos también inspeccionaron en dos oportunidades cada tres meses las instalaciones iraníes y también certificaron que no hay incumplimientos ni violaciones.
El 15 de octubre vencía el plazo de una tercera intervención de los especialistas norteamericanos, pero Trump se adelantó y proclamó una descertificación del pacto del G5+1.
Con esas declaraciones, el multimillonario republicano impone al mundo un regreso a la guerra fría y un lenguaje de amenazas que pudieran llevar a un enfrentamiento directo.
Trump mira al bosque, pero no ve los árboles, porque el enemigo está en casa, como lo reflejó aquel alucinado que con su automóvil embistió a una manifestación en una ciudad estadounidense con el pretexto de pertenecer a la «supremacía blanca».
O el asesino que con varios fusiles automáticos ultimó a decenas de personas e hirió a centenares desde un hotel en Las Vegas, a lo que el jefe de la Casa Blanca dijo, «no es momento de hablar del control de armas».
Hay terrorismo en Estados Unidos y en especial porque su gobierno se dedicó a crear ese flagelo y apoyar a grupos extremistas que protege cuando el Ejército de Siria intenta su eliminación total en su país.
El 45 presidente estadounidense asumió su mandato el 20 de enero último y unos pocos meses han bastado para que el mundo lo vea como el principal enemigo de la paz.
Trump, yo contra el mundo
Por Armando Reyes